jueves, 9 de octubre de 2008

Juan Muñoz. El hombre del traje gris.

Juan Muñoz es hoy en día una de los escultores más prestigiosos en el panorama actual. Su importancia traspasa fronteras llegando a consolidar una renombrada fama internacional. Ya que su trabajo ha sido expuesto desde Nueva York a Londres.

Ha sido de nuevo la tate Modern quien ya en 2001 y poco antes de su muerte, encargó una de sus mejores obras para en la sala de Turbinas.

Este mismo año la Tate,- y adelantandose a nuestro pais- hizo la primera gran restrospectiva que se calusuró el pasado mes de Septiembre.

Es quizás una manera de reconocer la importancia de este escultor.
España, su pais de origen se quedó atrás de alguna manera y no ha sido hasta ahora un merecido homenaje en Bilbao. El Guggenheim le dedica esta temporada una gran restrospectiva.
Segun ellos esta exposición será menos académica y más dinámica. Resaltando también su valor como artista en todos los sentidos; su vinculación a la literatuta, sus escritos, sus proyectos radiofónicos y las indagaciones que hizo en el campo musical colaborando con músicos como Alberto Iglesias.


Lo que más llama la atención de su obra es quizá esa recuperación de la figura humana.
En sus últimas y más famosas esculturas/instalaciones se representan personas con una talla un poco menor a la escala humana.

Esas figuras se comunican por grupos. En efecto, estas agrupaciones entablan conversaciones, enfatizando los gestos - a semejanza de nosotros- las miradas....
Parece que cualquier visitante que se asome a sus instalaciones tiene la oportunidad de interactuar con ellos.

Puedes sentarte junto a ellos, oberservarlos de cerca, girar los 360º de la figura y analizar cada detella, las arrugas de sus gabardinas, los rasgos de sus caras, sus gestos histriónicos.
Sin embargo, algo que se queda bien claro es que a pesar de ese intento de comunicación esas figuras están aisladas, viven en un completo silencio.


A pesar de esa voluntad comunicativa las esculturas vivientes se quedan sumergidas en una profunda soledad. Es esa soledadad que bien podría extrapolarse a los nuevos valores de nuestra sociedad industrializada. El individualismo, la introspección, el desamparo son los temas en los que Juan Muñoz pone el acento, dejando entrever una sutil denuncia, una pequeña revolución.
Otro de los rasgos significativos es el monocromatismo de sus esculturas. El color grisáceo se establece como base de todas sus figuras. Un color triste, apagado, el color trágico de la soledad que bien se relaciona con esos personajes solitarios, que por mucho que se miren al espejo, por mucho que hablen con su compñaeros de al lado, se quedan mudos, perplejos, con la mirada ausente, perdida en el vacío.

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